Hace exactamente seis décadas, una de las competencias olímpicas más apasionantes en el atletismo de los Juegos de Tokio sucedió en la prueba de salto en alto. Allí se reeditó el gran duelo entre el soviético Valery Brumel y el estadounidense John Thomas, ganado por aquel. Fue su definitiva coronación, después de una sucesión de récords mundiales que elevó la vara hasta los 2.28 metros y que marcó toda una época en la especialidad.
Poco después y con apenas 23 años, un grave accidente lo alejó del atletismo, cuando Brumel era el símbolo del deporte de la ex URSS al mismo nivel de popularidad que Lev Yashin.
Brumel también fue el más notable especialista con el estilo “straddle”, antes que de una revolución técnica llegara al salto en alto con el estilo Fosbury Flop: es decir, atacar la varilla de espaldas, en lugar de hacerlo de frente, como eran las técnicas convencionales hasta entonces. El Fosbury Flop se extendió a partir del histórico triunfo del estadounidense Dick Fosbury –recientemente fallecido- en los Juegos Olímpicos de México, en 1968.
Brumel describió sus comienzos en una columna en la revista Sports Illustrated:
“Para mí todo se inició en la taiga siberiana, donde nací el 14 de abril de 1942 en el pueblo de Tolbuzino, al este del lago Baikal. Mi padre era ingeniero en minas de carbón y mi madre, técnica en la misma especialidad. A pesar que estábamos en guerra, no sufrí tantas privaciones y pude crecer fuerte y saludable. Recuerdo que me iba de casa, vagaba durante horas por bosques y pantanos. Mi sueño era tener una escopeta y ser cazador. Después nos mudamos a la isla de Sajalín y mi padre me instaló aparatos de gimnasia en el jardín. En 1952 nos mudamos nuevamente, esta vez a Lugansk, en la región industrial de Ucrania. Conocí así el atletismo cuando iba a la escuela. Los deportes eran muy populares y me interesé pro el salto en alto porque me pareció el más elegante de todos los eventos”.
Bumel comenzó a practicar salto en alto bajo la guía de Pyiotr Shein, un entrenador que insistía en sesiones de gimnasia, pesas y cross country. “Algunas personas me han preguntado si tuve formación en ballet. ‘Eres muy ligero al pasar por encima de la barra’ dicen. Bueno, nunca practiqué ballet, aunque me gusta bailar, soy fanático y trato de ir a las representaciones del Bolshoi tanto como sea posible. En cuanto a mi ligereza en el aire se debe al constante pulido de la técnica de salto”, comentó.
Las prueba de salto en alto de los grandes torneos se habían convertido en un clásico EE.UU.-URSS en plena Guerra Fría. Durante los Juegos Olímpicos de Roma (1960) los soviéticos se dieron el lujo de quebrar el favoritismo USA, que contaba con el defensor del título, Charles Dumas, y con la estrella del momento a nivel mundial, John Thomas. Hasta entonces, los estadounidenses habían ganado 11 de los trece títulos olímpicos disputados.
Thomas venía de una previa espectacular en su campaña del 60: el 30 de abril se apoderó del récord del mundo con 2.17 m. en Filadelfia y lo igualó a las pocas semanas (21 de mayo en Cambridge). Lo elevó otro centímetro el 24 de junio durante el Campeonato Nacional en Bakersfield. En las eliminatorias olímpicas de EE.UU. –los famosos Trials- celebradas el 1° de julio en Stanford se convirtió en el primer atleta en la historia en superar la “barrera” de los 2.20 metros, para lograr 2.22.
Sin embargo, Robert Shavlakadze, un georgiano en representación de la URSS, se llevó el título con récord olímpico de 2.16 metros, altura que pasó en el primer intento y le permitió doblegar al joven Brumel, quien lo hizo en el segundo. Thomas se quedó en 2.14 y tuvo que conformarse con la medalla de bronce, delante del otro soviético, Viktor Bolshov, con la misma marca. Dumas, lesionado, apenas pudo con 2.03 para el sexto puesto.
De todos modos, la actuación de Brumel no era tan sorpresiva. Desde esa temporada quedó bajo la guía de uno de los maestros más renombrados del salto en altura, Vladmir Dyachkov (curiosamente, en su etapa de atleta hacía salto con garrocha). Y si la mejor marca conocida de Brumel hasta entonces era 2.01 m. en 1959, a fines del año siguiente había subido hasta los 2.20.
Aquella medalla de plata encumbró a Brumel, quien el 18 de junio de 1961 en Moscú elevó el récord del mundo a 2.23 m. Al mes siguiente en el mismo Estadio Lenin (hoy Luzhniki) se reeditaba el duelo Brumel-Thomas en el marco del match entre soviéticos y estadounidenses. Fue una competencia espectacular, bajo la lluvia, en la que el soviético consiguió un nuevo triunfo y un nuevo récord (2.24 m.), superando por cinco centímetros a su gran rival. Y el 31 de agosto en Sofía, Brumel alcanzó el primero de sus títulos internacionales en la Universiada, una vez más con récord (2.25 m).
Brumel y Thomas tenían físicos y métodos de preparación completamente distintos. Brumel medía 1.85 m- diez centímetros menos que su rival- pero era muy veloz (corría los 100 metros por debajo de 11 segundos) y practicaba mucho con pesas, algo que Thomas hacía apenas una vez por semana, dedicando casi toda su preparación a ejercicios específicos de salto. Además de sus grandes encuentros al aire libre se midieroin tres veces en pista cubierta, a sala llena en el Madison Square Garden. Generalmente prevaleció el soviético quien, en la cuenta total, ganó ocho de las nueve competencias oficiales ante Thomas. “Brumel contra Thomas fue el duelo más grande jamás celebrado en el Madison y llenaron la sala en cada encuentro” recordó Howard Schmertz, uno de los directores de los Millrose Games.
En 1962, otra vez se daba el duelo EE.UU.-URSS ahora en territorio americano, en Stanford. Brumel estableció por cuarta vez el récord del mundo con 2.26, pero Thomas sólo quedaba cuarto con 2.05, ante 80 mil espectadores. El aliento para los atletas locales no decreció nunca pero cuando Brumel logró su récord la ovación se prolongó durante diez minutos.
Pleno de confianza, le armaron al soviético un nuevo intento de récord para el 29 de septiembre en Moscú, que coronó con 2.27 m.
El 21 de julio de 1963, en otro match con los estadounidenses en Moscú, Brumel consiguió su sexto récord mundial y la mejor marca de su vida: 2.28 metros. “Fue el pináculo de su formidable campaña –escribió un experto como Alain Billouin- y su técnica en straddle se consideró el mayor punto de la pureza del salto en alto”. Pasó los 2.28 en su tercer intento e intentó sin éxito los 2.30. Pero dijo “Algún día lo saltaré, aunque mi objetivo es ganar los Juegos Olímpicos”.
En vísperas de Tokio, Brumel llegaba como gran favorito. A su seguidilla de récords y triunfos, le añadía los principales títulos internacionales de la época como el Campeonato Europeo de Belgrano (1962) y la Universiada en dos oportunidades (la citada en Sofía y la posterior en Porto Alegre, en 1963).
Pero el 21 de octubre de 1964, la final olímpica de Tokio fue durísima. Y el triunfo de Brumel sobre Thomas -de retorno en el primer nivel- recién se concretó después de cinco horas de competencia. Cinco hombres pasaron la varilla a 2.14 metros y quedaban en posición de luchar por el título, pero allí estaba al frente el estadounidense John Rambo, el único que superó esa altura en su intento inicial. En 2.16, Brumel tomó la delantera, aunque también Rambo y Thomas seguían en competencia. Ya sin chances quedaban el sueco Stig Petterson y el defensor del título, Shavlakadze. La tensión era latente en cada salto, falló Rambo, mientras Brumel y Thomas superaron los 2.18 y fallaron en 2.20. Ganó el soviético con lo justo, por su menor cantidad de intentos en las alturas clave.
El récord de 2.28 m. tuvo una larga vigencia. En 1970 un chino llamado Ni Chin-chin -curiosamente, nacido el mismo día que Brumel- llegó a saltar 2.29 m. ante una multitud de 80 mil espectadores en el Estadio de los Trabajadores, en Beijing, pero no se homologó como récord mundial: China no estaba afiliada a la Federación Internacional de Atletismo (IAAF) ni participaba en los Juegos Olímpicos. Recién en 1971, un estadounidense llamado Pat Matzdorf pudo lograr esa marca oficialmente, el 3 de julio en Berkeley, California. Y el primer hombre que superó los 2.30 m. -cuando ya se popularizaba el estilo “Fosbury Flop” instaurado por el campeón olímpico de México 68, Dick Fosbury- fue otro estadounidense Dwight Stones. Lo hizo el 11 de julio de 1973 en Munich, cuando ya su gran oportunidad olímpica había pasado.
Después de su coronación olímpica en Tokio, y sin grandes compromisos inmediatos, Brumel bajó la intensidad de su preparación y su mejor registro de 1965 fue 2.21 m., en pista cubierta.
Pero el 6 de octubre de 1965 llegaría la catástrofe, en Moscú: un grave accidente de tráfico. Iba de pasajero en la moto de un amigo cuando, al tomar una curva cerrada, patinó fuera de control. El pavimento estaba muy resbaladizo por las fuertes lluvias. Brumel salió despedido y la máquina cayó sobre su pierna derecha, lo que le provocó múltiples fracturas. Se consideró la amputación, pero los médicos decidieron que la pierna podría salvarse mediante cirugía. «Por suerte no es mi pierna izquierda, con la que salgo», comentó Brumel. Siendo realistas, con sólo 23 años, su fabulosa carrera había terminado… pero eso fue ignorar la determinación de Brumel. «Volveré al sector del salto cueste lo que cueste.» Y así lo hizo.
Brumel pudo volver a caminar. Después de años de lucha, incluidas 29 operaciones y múltiples contratiempos, volvió al salto en alto: los 2.06 m. que consiguió en 1970 se consideran un milagro. Esa fue su última palabra como atleta, para luego dedicarse a una carrera como escritor, en la que dejó una novela, una obra de teatro y el libro de una ópera basada en su propia vida.
Se casó tres veces. La primera, con la gimnasta Marina Maryonova, a quien conoció cuando ambos estudiaban educación física. La segunda, también con una gimnasta pero más famosa, la campeona olímpica Lyudmila Turisheva. Y su tercera esposa, Svetlana, es médica. El mayor orgullo de Brumel fue recuperarse del accidente: “A los aficionados al deporte les gustan las personas persistentes que no toleran la derrota en una sola batalla. Yo quiero . . . Puedo . . . Debo saltar.»
Valery Brumel murió en Moscú el 26 de enero de 2003 a los 60 años. John Thomas, quien era director deportivo del Roxbury Community College en Massachussets, contó que él y Brumel se hicieron amigos. “Fui a Rusia seis o siete veces y me quedé en su casa”, le contó Thomas a The New York Times. “La última vez que hablé con él fue hace tres años. Estaban celebrando el 40° aniversario de su primera medalla olímpica y me invitaron, pasé una semana allí. Hablamos mucho, no de deportes, sino una charla de buenos amigos”, agregó.
En 2020 en el cementerio de Novodevichy, donde está enterrado, inauguraron un monumento en su homenaje, obra del escultor Vyacheslav Piliper.
El récord actual es 2.45 metros, logrado por el cubano Javier Sotomayor en Salamanca: han pasado más de tres décadas (fue el 27 de julio de 1993) y resulta intocable. Una muestra, además, de la valía del popular “Saltamontes”, ya definitivamente una leyenda de la especialidad.
El estudio de los estadísticos (Hedman-Hymans-Matthews), considerando las marcas y actuaciones en grandes torneos de todos los saltadores, ubica a Sotomayor como “el más grande” especialista de la historia y a Brumel como el segundo. Pero la prueba ha tenido un nuevo hito en Tokio, hace tres años, con el histórico y conmovedor gesto del italiano Gianmarco Tamberi y el qatarí Barshim, quienes compartieron la medalla de oro.