Eric Henry Liddell fue uno de los más extraordinarios corredores de la historia de los 400 metros llanos, ganador de la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de París, en 1924. Este 11 de julio se cumple exactamente un siglo de esa hazaña. Pero desde hace tiempo, la gesta de Liddell alcanzó otra dimensión: la popularidad que le dio la película “Carrozas de Fuego” –la obra cinematográfica más relevante sobre nuestro deporte- y donde se refleja aquel triunfo, con todas las licencias que da el arte, así como el de su compañero Harold Abrahams en los 100 metros.
(En una ceremonia celebrada en la Exhibición Mundial de Atletismo en Pista Cubierta MOWA en el Centro St. Enoch, Glasgow, el 2 de marzo, el Presidente de World Athletics, Sebastian Coe, anunció que se otorgará una Placa de Patrimonio de World Athletics en la categoría póstuma de leyenda a Eric Liddell. El aniversario se conmemora en 1924 a través de la organización benéfica The Eric Liddell Community, que tiene como objetivo dar vida a sus logros e inspirar a las nuevas generaciones para que tengan un impacto positivo en su comunidad, su sociedad y su mundo a través de The Eric Liddell 100”).
Los padres de Eric eran escoceses -James y Mary Liddell- y predicaban por la London Mission Society en China, donde Eric nació el 16 de enero de 1902. Exactamente, en Tentsin, en el noreste del inmenso país. Al retornar la familia a Escocia, Eric tenía cinco años y asistió al Eltham College, en Blackheath, una escuela para hijos de misioneros. Mientras estudiaba allí, sus padres volvieron a China, donde su hermano menor, Ernest, nació en 1912.
En 1920, Eric se unió a su hermano mayor, Robert, en la Universidad de Edimburgo para estudiar Ciencias Exactas (se graduó después de los Juegos Olímpicos).
También fue un astro del rugby: integró la Selección de Escocia en los primeros tiempos del Torneo de las Cinco Naciones.
Pero, al mismo tiempo, despuntaba como un gran atleta y su récord británico de las 100 yardas con 9.7 se mantuvo vigente durante tres décadas.
La leyenda alrededor de la participación de Liddell en los Juegos de París está construida por la película: se habría enterado en el barco, cuando viajaba a la cita olímpica, que las eliminatorias de los 100 metros se disputarían un domingo y él no podría participar debido a sus convicciones religiosas. Pero, la realidad, es que el programa de los Juegos se conocía con mucha antelación y Liddell se había preparado específicamente para los 200 y 400 metros, donde no tenía aquel inconveniente con las fechas. En 200 obtuvo la medalla de bronce y en 400 produjo un ritmo sensacional para un triunfo muy amplio.
“El secreto de mi éxito en los 400 m es que corro los primeros 200 m lo más rápido que puedo. Luego, para los segundos 200 m, con la ayuda de Dios, corro más rápido», declaró.
En The Guardian lo definieron así:
“Liddell era un verdadero aficionado, nunca tuvo la intención de que el deporte ocupara más que unos pocos años de su juventud antes de estar listo para convertirse en misionero. Corrió su primera carrera para su club de atletismo de Edimburgo en 1921. Hizo su primera aparición fuera de Escocia en 1923. Y corrió su última carrera competitiva en 1925. En esos cuatro años completó una licenciatura en ciencias puras, se convirtió en un orador religioso de nacional renombre, ganó dos medallas olímpicas y siete partidos con su país en el rugby union, donde se convirtió en tres cuartos de ala antes de abandonar el deporte en 1923 para concentrarse en el atletismo. Su éxito deportivo se logró a pesar de un estilo de carrera que se consideraría desgarbado. Es recordado entre los amantes del atletismo como probablemente el corredor de estilo más feo que jamás haya ganado un campeonato olímpico’ escribió nuestro diario al informar sobre su muerte en 1945. Su cabeza echada hacia atrás y sus brazos arañando el aire, hizo que los estadounidenses y otros expertos sofisticados se rieran obscenamente”.
También allí recordaron un episodio de 1923, antes de que Liddell se convirtiera en una celebridad del atletismo:
“Fue en Stoke-on-Trent, en julio de 1923, en una carrera de un cuarto de milla, Inglaterra. En la primera curva, Lidell tropezó con las piernas del corredor inglés JJ Gillies, cayendo fuera de la pista. Cuando volvió a ponerse de pie, el último de los otros corredores estaba a 30 yardas de distancia y se movía rápido, pero Liddell los atacó con tal velocidad que finalmente superó a Gillies a tres yardas de la línea para ganar antes de colapsar, agotado, al suelo. ‘Las circunstancias en las que Liddell ganó el evento lo convirtieron en una actuación que bordeaba lo milagros´, escribió The Scotsman. Los veteranos, cuyos recuerdos los llevan 35 años atrás, y en algunos casos incluso más, en la historia del atletismo, fueron unánimes en la opinión de que la victoria de Liddell en el cuarto de milla fue la mejor actuación en pista que jamás habían visto”.
Para Liddell, curiosamente, su participación en los Juegos Olímpicos en el Estadio parisino de Colombes era su segunda aparición allí: había debutado en ese lugar como internacional de rugby… También, su decisión de no competir los domingos le valió críticas en algunos medios británicos, que no compartían su fervor religioso. Y no tanto por lo sucedido con los 100 metros, donde el triunfo de Abrahams hizo olvidar todo, sino porque tampoco pudo participar en el relevo 4×400, donde Gran Bretaña se quedó con la medalla de bronce (y una semana después de los Juegos, ya con Liddell en la formación, batieron a los estadounidenses, campeones olímpicos, en otro evento).
Debido a su fervor religioso, Liddell no podía realizar actividades físicas los domingos y por eso descartó su participación en los 100 metros. Aunque en Carrozas de Fuego lo muestran “atribulado y confundido” al enterarse de las fechas de las carreras, lo cierto es que Liddell conocía la programación de los Juegos desde varios meses antes y se había preparado específicamente para los 400 metros.
En los 100 ganó su compatriota (y también retratado en la película) Harold Abrahams, mientras que en los 200, cuya final se disputó el 9 de julio, los estadounidenses se desquitaron a través del doblete de Jackson Scholz con récord olímpico de 21.6 y Charles Paddock con 21.7, quedando Liddell con la medalla de bronce en 21.9 y Abrahams, sexto.
Las series de los 400 se corrieron el 10 de julio.
Para situarnos en aquella época, mencionemos que la mejor marca mundial era 47.2/5, lograda por el estadounidense Ted Meredith en 1916, en el estadio de la Universidad de Harvard. Sin embargo, no fue homologada por la IAAF ya que se había registrado en una carrera de 440 yardas (402.38m.) y al tope de la lista figuraba 48.2 de otro estadounidense, Charles Reidpath, desde los Juegos Olímpicos de Estocolmo en 1912.
Los argentinos tuvieron esta actuación en aquellos 400 m parisinos: Emilio Casasnovas quedó 4° en la serie 10, sin tiempo y Francisco Dova fue tercero en la siguiente con 51.0, donde se lesionó. Escobar marcó 51.4 al llegar tercero en la serie 12, mientras que Federico Brewster marcó 51.8 en la serie 13, donde escoltó al italiano Facelli (51.0) y así fue el único que consiguió su pasaporte a los cuartos de final.
En esa ronda, se destacó el suizo Josef Imbach al marcar 48.0, que representaba el nuevo tope mundial. En la tercera serie, ganada por el británico Guy Butler en 49.8, Brewster quedó sexto. Y en la cuarta y última, se impuso el holandés Adrian Paulen con 49.0, tres décimas por delante de Liddell. Paulen no avanzó en estos Juegos hasta la carrera decisiva pero sería, mucho tiempo después, el presidente de la Federación Internacional de Atletismo.
La nota en semifinales la dio el estadounidense Horatio Fitch al llevar el récord a 47.8, una décima por delante de Butler y del canadiense David Johnson, quedando Paulen (48.2) fuera de la final. Liddell, por su parte, ganó la otra semi en 48.2 y junto a él avanzaron Imbach (48.3) y otro estadounidense, John Taylor (48.7).
En la histórica final olímpica de los 400 metros de París, disputada el 11 de julio y en una jornada muy ventosa, Liddell iba por el andarivel exterior. Produjo un impresionante arranque de 22.2 al atravesar la línea de los 200 y con una ventaja de casi 10 metros sobre sus seguidores (recordemos que había logrado su medalla de bronce de 200 con 21.9). Aunque después, el escocés bajó el ritmo, terminó en un formidable récord para la época (47.6) y con un amplio margen sobre Fitch (48.4) y Butler (48.6), quedando cuarto el canadiense Johnson (48.8). Taylor, lesionado, igual ocupó el quinto puesto e Imbach abandonó.
Aníbal Vigil, enviado especial de El Gráfico, tituló su crónica: “Un pastor campeón del mundo”. Y contó: “E.H.Liddell, el pastor escocés de la iglesia anglicana, jugador internacional de rugby, es también capaz de conquistar para su patria un laurel olímpico. Y este profesor de virtudes que se abstuvo de intervenir en los 100 metros porque se disputaban un domingo dará un sermón en la Iglesia Escocesa de París. Habrá que oírlo Será un sermón sensacional y vaya uno a saber a qué atribuye su triunfo… Maldiciendo estará Fitch, de que estos 400 metros hayan caído entre semana”.
Fitch declaró: “No podía creer que un hombre pudiera establecer ese ritmo y terminar. Pero Liddell se esforzó como un poseído, no se debilitó. Con la cinta de llegada a solo 20 metros, volví a acercarme, pero Liddell se recompuso y salió disparando”. La crónica de la agencia AP concluyó que “ciertamente, no hubo una victoria más popular, la multitud entró en un frenesí de entusiasmo”.
Pese a las críticas mencionadas por su ausencia dominical, a su retorno a Gran Bretaña lo recibieron como un héroe y uno de sus primeros actos fue asistir a su ceremonia de graduación en la Universidad de Edimburgo, donde el decano, Sir Alfred Ewing, le colocó una corona de laurel.
Liddell siguió otro año en la misma ciudad, estudiando teología y preparando para su tarea misionera en China. Su última actividad atlética se dio en junio de 1925 al obtener las pruebas de 100, 220 y 440 yardas en el Campeonato de Escocia, en Hampden Park.
Eric se ordenó como pastor y regresó a China donde se casó con Florence Mackenzie en la Iglesia Unión de Tianjin en 1934. Dos de sus hijas, Patricia y Heather, nacieron en esa ciudad. La tercera hija de Liddell, Maureen, nació en Toronto en 1941.
Una multitud lo había despedido en Waverly Station, al marcharse de su país. Y cuando le pidieron que pronunciara un discurso, Liddell se dirigió a la gente y cantó el himno “Jesus Shall Reign Where’er The Sun”.
Eric Liddel ejerció en China como misionero y fue profesor de ciencias y deportes en el Colegio Anglo-Chino de Tiajin. También se desempeñó como pastor en Xiaochang, una zona de extrema pobreza y devastada por las guerras civiles.
Debió mantenerse en forma ya que tres años después de su llegada venció a los mejores velocistas de los equipos olímpicos de Francia y Japón, que recorrían el país, y en 1929 compitió con la estrella alemana Otto Peltzer, plusmarquista europeo de 1500. “Si entrenas para 800 metros, serás el mejor hombre del mundo en esa distancia”, le aseguró Peltzer.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial, le aconsejaron marcharse. Pero en 1941 envió a su familia –su mujer, embarazada de Maureen, y sus dos hijos- a Canadá y él se quedó, predicando, en una zona rural.
Una vez que Japón entró en la Segunda Guerra Mundial, Liddell y otros occidentales vieron restringida su libertad de movimiento. En 1943 Liddel fue internado junto a otras dos mil personas en un campo en Weihsien. Allí estableció una escuela y se hizo cargo de la recreación de los niños, organizando actividades deportivas y creando o reparando equipos. Incluso se dijo que había roto un hábito de toda la vida al participar en actividades deportivas los domingos, arbitrando partidos de fútbol infantil. Langdon Gilkey, quien sobrevivió al campamento y se convirtió en un destacado teólogo en su América natal, dijo de Liddell: “A menudo, por la noche, lo veía inclinado sobre un tablero de ajedrez o un barco a escala, o dirigiendo algún tipo de baile cuadrado, absorto, cansado. e interesado, volcando todo de sí mismo en este esfuerzo por capturar la imaginación de estos jóvenes encerrados. Estaba rebosante de buen humor y amor por la vida, y de entusiasmo y encanto. De hecho, es raro que una persona tenga la buena fortuna de conocer a un santo, pero él se acercó más a él que nadie que haya conocido”.
Prisionero de los japoneses, murió el 21 de febrero de 1945 en Weihsien, víctima de un tumor en el pecho. Allí está enterrado.
También allí ahora hay una escuela y un museo donde recuerdan las hazañas de Liddell.
Liddell fue retratado en el cine en “Carrozas de Fuego” y también en otra película más reciente “On Wing of Eagles” (Inquebrantable, 2016), interpretada por Joseph Fiennes, y que trata sobre su etapa en China. También se editaron varias biografías, siendo la más cercana “De campeón olímpico a mártir moderno”, de Duncan Hamilton. Aquí recuerda los comienzos de Liddell, su educación y su interés con el deporte, la relación con su entrenador Tom McKerchar y su mentor espiritual, DP Thompson.
A lo largo del libro, Hamilton exhibe a Liddell en tonos heroicos, pero en la sección final realmente lo coloca serio. “El carácter de Liddell y sus creencias nunca le permitieron estar deprimido o ser negativo”, escribe Hamilton, “independientemente de las dificultades”. Hamilton parece tener buenas razones para tal evaluación, ya que se basa en los relatos de quienes vivían en el campamento y quienes desbordan elogios por la integridad y el desinterés de Liddell.
En la introducción, Hamilton describe su reciente visita a un monumento construido en China en honor a Liddell. De pie frente al monumento, se siente abrumado por el asombro:
“¿Cómo se le rinde el debido respeto a un hombre tan humano como ese? Un hombre, además, que luchó todos los días por la perfección en el pensamiento, así como en la acción, y cuya muerte sumió a quienes lo conocieron en una tristeza casi demasiado profunda para las palabras?”. El libro también analiza profundamente las influencias religiosas de Liddell, por ejemplo de Frank Buchman (fundador del movimiento Oxford Group) y Stanley Jones, un misionero metodista estadounidense, ambos controversiales.
En China algunos consideran que Liddell fue “el primer atleta nacido en ese país que obtuvo un título olímpico”. Y en cuanto a Escocia, recién en 1980 volvió a disfrutar de un triunfo en el atletismo de pista, cuando Allan Wells obtuvo los 100 metros llanos en los Juegos de Moscú. “Esto es para Eric Liddell”, declaró.